El cuerpo después del trueno: visión de la Medicina China sobre los efectos de la quimioterapia, radioterapia y hormonoterapia
Cuando la medicina hiere para salvar
Dicen que el cuerpo nunca olvida. Que cada célula lleva la memoria del daño, pero también del amor con que fue cuidada. En los pasillos silenciosos de un hospital, una mujer aprieta los dientes mientras la aguja se desliza en su vena. Sabe que esa sustancia, la que le arde por dentro, no es enemiga, pero tampoco amiga. Es un veneno medido, una dosis calculada de destrucción para arrancar de raíz lo que la medicina llama cáncer, y lo que ella aún no ha terminado de nombrar.
La medicina moderna ha perfeccionado el arte de atacar. Ha hecho de la guerra su estrategia: cortar, irradiar, envenenar. Y muchas veces —bendita ciencia— ha salvado vidas. Pero ¿a qué precio? Cuando el tumor desaparece, comienza otro viaje: el de reconstruir lo que quedó devastado.
La Medicina Tradicional China observa esta escena con otros ojos. No ve tumores, ni moléculas, ni mutaciones. Ve desequilibrios. Ve un Río de Qi obstruido, una Tierra agotada, un Fuego que consume el Yin, un Jing herido en lo profundo. No pone etiquetas a las enfermedades, sino nombres a los procesos vitales que se han torcido.
El cuerpo, para la MTC, es un jardín. Y la quimioterapia es una helada que cae sin aviso, arrasando tanto la mala hierba como las flores. La hormonoterapia, un estío sin agua. La radioterapia, un sol inclemente que calcina los tallos. No se niega su utilidad. Pero después… después hay que volver a sembrar.
“El Qi es la raíz de la vida. Si el Qi se agota, la vida se extingue” (Huang Di Nei Jing). Esta verdad antigua resuena aún en los cuerpos de quienes, tras sobrevivir a un cáncer, caminan con los pies cansados, la boca seca, los sueños huidizos y el alma temblorosa.
Este artículo es para ellas. Para quienes no buscan fórmulas mágicas ni respuestas rápidas, sino un puente entre dos mundos: el de la ciencia que salva y el de la sabiduría que acompaña. Aquí no hablaremos de protocolos ni de dosis. Hablaremos del cuerpo que siente, de la energía que se dispersa, del alma que busca volver a casa.
Porque curarse no siempre es sanar. Y sanar, a veces, comienza cuando alguien te dice: “Te veo. Veo tu fuego, tu ceniza y tu raíz. Vamos a regar juntas la tierra.”
El cuerpo que arde: quimioterapia, radioterapia y el Fuego que consume el Jing
La quimioterapia no es un error. Es una espada que corta lo visible y lo invisible, que entra hasta lo más profundo con la promesa de limpiar, extirpar, erradicar. Pero en su camino también arrasa los paisajes sutiles. La Medicina Tradicional China lo sabe: cuando se introduce veneno en el cuerpo, el calor se eleva, el Yin se evapora, el Jing se desgasta.
“El calor perverso quema la raíz del cuerpo, seca la Sangre y dispersa el Espíritu” (Shang Han Lun). Esa raíz es el Jing, la esencia vital. Y aunque la quimioterapia no aparezca en los antiguos tratados, su huella energética es reconocible: un fuego artificial que daña el Riñón, dispersa el Qi, y deja tras de sí un terreno árido que antes fue fértil.
Por eso tantas pacientes, tras los ciclos de quimioterapia, relatan la misma secuencia: sequedad en la boca, insomnio, ansiedad, sensación de vacío, pérdida de fuerza, pérdida de sí. No es sólo fatiga. Es una erosión energética. La MTC lo describe con precisión: pérdida del Yin de Riñón, consumo del Jing, desarmonía entre Corazón y Riñón, dispersión del Shen.
La radioterapia, por su parte, introduce en el cuerpo un calor invisible, penetrante, que afecta a la Sangre, seca los líquidos y deja un residuo ardiente en los canales. Muchas mujeres, meses después, sienten como si su piel siguiera ardiendo. No es psicosomático: es memoria térmica. “Cuando el Fuego penetra en los meridianos, incluso sin llama, quema desde dentro” (Nei Jing).
Pero la Medicina China no juzga. No dice que no, ni que está mal. Dice: “Si entra Fuego, habrá que nutrir el Agua. Si se pierde Jing, habrá que proteger la semilla.”
Porque cada intervención agresiva deja un eco en el cuerpo. Y ese eco debe ser escuchado. Para la MTC, la medicina no termina cuando cesa el tratamiento, sino cuando se restablece la armonía entre las fuerzas profundas que sostienen la vida.
Tierra vacía: hormonoterapia, Tamoxifeno y el secado de los líquidos
Después del fuego de la quimioterapia, muchas mujeres entran en otra estación: la de la sequedad controlada, la de los tratamientos antihormonales. Tamoxifeno, Letrozol, Exemestano... Son nombres con peso químico y efectos silenciosos. No queman como la quimio. Pero resecan. Sustraen. Contienen. Y en esa contención, muchas veces, se gesta el vacío.
Desde la Medicina Tradicional China, los tratamientos que bloquean el estrógeno no solo modifican un perfil hormonal: alteran el paisaje interno del cuerpo femenino. Porque el estrógeno, en clave energética, es Jin Ye, líquidos corporales; es Sangre que fluye libre; es Yin que refresca, que lubrica, que calma. Cuando se bloquea esa expresión natural, el organismo entra en un otoño precoz.
“La insuficiencia de Yin genera calor vacío; el calor vacío consume los líquidos, y el cuerpo se marchita por dentro” (Su Wen, cap. 33).
Las pacientes describen este marchitamiento con otras palabras: sofocos, sequedad vaginal, dolores articulares, insomnio, piel reseca, cambios de humor. Lo que en oncología se considera un “efecto colateral”, la MTC lo interpreta como una alteración profunda del eje Yin-Yang, como una deficiencia de Yin de Hígado y Riñón, agravada a menudo por el estancamiento de Qi del Hígado, que ya venía como herencia emocional del proceso oncológico.
Tamoxifeno, además, tiene una particularidad energética. Aunque actúe como antiestrogénico, en ciertos tejidos ejerce una acción estrogénica parcial. En lenguaje chino, eso es confusión. Es como si el cuerpo recibiera señales cruzadas: una mano que da y otra que retira. Este tipo de fármacos, desde la lectura energética, puede generar estancamientos, calor en la Sangre, o incluso lo que los clásicos llamaban “Calor en el interior con Frío en el exterior”: un cuerpo que se enfría, pero un corazón que arde.
El resultado es, a menudo, un vacío emocional. Una sensación de estar en pausa, de no reconocerse en el nuevo cuerpo, de sentir que algo esencial ha quedado atrás. Porque el Yin no es solo una categoría fisiológica. Es también la capacidad de recogimiento, de ternura, de habitar lo femenino profundo. Cuando el Yin mengua, se apaga también la alegría sutil.
Por eso la MTC no propone "corregir" nada, sino recuperar el equilibrio perdido. No se trata de oponerse al tratamiento, sino de comprenderlo, acompañarlo, suavizar su huella. A veces, tan solo con un caldo que nutre, un descanso profundo, una mirada sin juicio. Porque —como decía el Nei Jing— “Cuando el Yin y el Yang están en equilibrio, el cuerpo está en paz; pero cuando el Yin se agota, el Yang no tiene donde apoyarse, y el espíritu vaga sin raíz.”
El Qi que no fluye: emociones estancadas y energía hepática después del cáncer
Hay algo que sucede después del tratamiento oncológico y que raras veces aparece en los protocolos médicos: el peso invisible de lo no dicho, la tristeza que se camufla tras el “todo salió bien”, la rabia soterrada por el cuerpo cambiado, el miedo al retorno de lo incierto. En ese paisaje de cicatrices visibles y silencios densos, la Medicina Tradicional China reconoce un patrón conocido y temido: el estancamiento de Qi del Hígado.
“El Hígado es el general del ejército, el encargado de la estrategia”, dice el Huang Di Nei Jing. Y como todo general, necesita que la energía fluya libre para cumplir su propósito. Cuando el Qi se estanca, no sólo se bloquea la función fisiológica; también lo hace el ánimo, el Shen, la capacidad de proyectar la vida hacia adelante.
Tras un proceso de cáncer, muchas personas se sienten como suspendidas: ya no están en guerra, pero tampoco en paz. El Qi no encuentra cauce. La frustración, la rabia no expresada, la impotencia o incluso la hiperactividad emocional pueden asentarse en el canal del Hígado, que es el encargado de mantener el movimiento armónico del Qi en todo el cuerpo.
El resultado no es solo emocional. Desde la fisiología energética, el Qi del Hígado regula la digestión (a través de su interacción con Bazo y Estómago), la menstruación, el sueño y el estado de ánimo. Cuando se estanca, lo hace todo lo demás: hay insomnio con despertares entre las 1 y las 3 de la madrugada, digestiones lentas, tensión en el pecho o costados, dolor de cabeza, ojos secos, y una sensación persistente de “estar a punto de estallar”.
En el contexto del postratamiento oncológico, este estancamiento se agrava: el cuerpo ha pasado por invasiones térmicas (quimio, radio), por secado del Yin (hormonoterapia), y por emociones intensas que no han encontrado salida. El resultado es un Qi de Hígado que no solo se estanca, sino que se calienta, generando cuadros de calor interno, brotes de ansiedad, nudos en la garganta, prisa por volver a una normalidad que ya no existe.
“La cólera lesiona el Hígado; cuando se reprime, genera fuego interno”, advierte el Su Wen.
Este fuego interno puede adoptar múltiples rostros: sofocos, hipertensión, irritabilidad, inflamación, e incluso fenómenos autoinmunes. La medicina moderna puede verlo como efecto secundario, la MTC lo entiende como una energía que no pudo circular y terminó consumiendo los tejidos.
La solución no es reprimir ni ignorar, sino facilitar el movimiento: restaurar el flujo del Qi hepático, permitir que las emociones circulen, ofrecer al cuerpo espacios donde no deba rendir ni demostrar. A veces basta con permitir el llanto, el descanso, el silencio. A veces con caminar sin meta, con dejarse cuidar.
Porque cuando el Qi fluye, la vida también lo hace.
El agotamiento del Bazo: cansancio, defensas bajas y digestión emocional
Después del vendaval que supone atravesar un proceso oncológico, queda el cuerpo… y también queda el centro. En Medicina China, ese centro no está en el corazón ni en la cabeza, sino en el Bazo y el Estómago, el eje Tierra del organismo. Es aquí donde se gesta el Qi postnatal, donde los alimentos se transforman en sustancia vital, donde se fabrican la Sangre, los líquidos y la claridad de mente. Si el Bazo se agota, todo se debilita.
Y tras la quimioterapia, la radiación, las operaciones, la hormonoterapia o los largos meses de angustia, es muy frecuente que el Bazo esté hundido, sin fuerza para transformar ni para transportar.
“El Bazo gobierna la transformación y el transporte; si su Qi es fuerte, los cinco órganos recibirán nutrición”, enseña el Nei Jing.
Cuando este sistema se debilita, aparecen los síntomas típicos que muchos pacientes reportan en la fase de recuperación: cansancio profundo, digestión lenta, hinchazón abdominal, pérdida de apetito, sensación de frío interno, tendencia a la diarrea o a las heces mal formadas, debilidad muscular, susceptibilidad inmunológica y una especie de “niebla mental” que no se despeja.
Desde la perspectiva moderna, podría hablarse de síndrome de fatiga postquimioterapia, de disbiosis intestinal, o de hipofunción inmunológica. La Medicina China, sin embargo, lo ve de forma más holística: el Bazo ha perdido su capacidad de transformar el alimento en vida. Su Qi, encargado de mantener todo en su lugar —desde los órganos hasta la Sangre—, se ha vuelto insuficiente.
A este cuadro se suma un detalle crucial: la digestión emocional. El Bazo también gobierna el pensamiento, la capacidad de concentración, la reflexión pausada. Cuando está débil, la mente se vuelve densa, se dan vueltas constantes a lo mismo, se pierde la capacidad de enfocarse. Esto no es solo psicológico: es un síntoma somático de un centro energético agotado.
Y así como el cuerpo ya no digiere bien, la mente tampoco: no se digiere lo vivido, no se asimila lo ocurrido, no se termina de procesar el miedo ni la transformación.
Además, el Bazo tiene una función esencial en la defensa inmunológica desde la MTC: al producir Sangre de calidad y sostener el Wei Qi (la energía defensiva), su debilidad hace al cuerpo más vulnerable a infecciones, inflamaciones persistentes y lentitud en los procesos de regeneración.
En este contexto, las estrategias terapéuticas desde la Medicina China no buscarán “estimular”, sino tonificar con suavidad, devolver el calor al centro, alimentar la Tierra. No se trata de empujar al cuerpo a rendir, sino de enseñarle de nuevo a nutrirse a sí mismo, con alimento, con descanso, con dulzura.
Porque el Bazo se cuida como se cuida un hogar: con calidez, con regularidad, con ternura.
Cenizas internas: la sequedad del Yin tras la hormonoterapia y la radiación
Hay fuegos que no se ven. Arden por dentro, sin llama, sin estruendo, dejando sólo una tierra agrietada, una piel que se reseca, un cuerpo que ya no fluye como antes. Así actúan la radioterapia, la hormonoterapia y tratamientos como el letrozol o el tamoxifeno, desde la mirada de la Medicina Tradicional China: como un viento cálido y persistente que arrasa el Yin y deja sed en todos los rincones del organismo.
“El Yin es la raíz de la vida. Cuando se agota, el Yang se eleva sin contención”, dice el Su Wen, advirtiendo de lo que ocurre cuando perdemos esa sustancia esencial que humedece, enfría, nutre y permite el descanso.
Tras meses o años de tratamientos hormonales que inhiben el estrógeno (visto como una manifestación del Yin en el cuerpo), es frecuente ver síntomas como:
Sequedad vaginal, de mucosas y piel
Sofocos, sensación de calor en la tarde o al anochecer
Insomnio o sueño ligero
Irritabilidad y cambios de humor
Palpitaciones y ansiedad
Estreñimiento
Dolor en las articulaciones (por pérdida de lubricación Yin)
Envejecimiento acelerado, tanto interno como visible
Desde la MTC, esto configura un patrón típico de vacío de Yin con calor residual. El cuerpo ha perdido su capacidad de enfriarse, de regenerarse profundamente, de conservar la humedad interna que lo protege del desgaste. El calor asciende sin control porque no hay Yin suficiente que lo ancle.
Este calor puede volverse fuego interno si no se trata: sube al Corazón, agita el Shen, seca los intestinos, inflama los tejidos, impide el sueño reparador. No es raro que muchas pacientes describan esta sensación como “estar en carne viva”, como si el cuerpo ya no tuviera filtro.
Y si además de la hormonoterapia ha habido radioterapia, la sequedad y el calor residual se agravan. La radiación, desde esta visión, actúa como un Fuego intenso que daña los líquidos orgánicos, altera la Sangre y deja tras de sí un terreno humeante, difícil de enfriar.
El tratamiento, desde la MTC, no busca apagar el fuego con fuerza, sino nutrir el Yin con constancia, con alimentos suaves, con descanso verdadero, con hierbas que humedezcan sin generar flema y que calmen sin apagar.
Porque donde hubo llama, no se siembran piedras. Se siembra agua. Se cultiva paciencia. Y se confía en la capacidad del cuerpo para recuperar el equilibrio cuando le ofrecemos lo que perdió.
“Cuando el Yin está en paz, el Yang se recoge. Cuando el Yang se agita, el Yin se consume.”
(Huang Di Nei Jing, capítulo 5)
Honrar el cuerpo después del fuego
Hay cuerpos que han atravesado tormentas, que han soportado las aguas negras del miedo, la sequedad de la incertidumbre y la quema controlada de la medicina moderna. Cuerpos que han sobrevivido, sí, pero que a veces no han sido acompañados a sanar en lo profundo.
Desde la Medicina China, el tratamiento oncológico no es solo un evento físico. Es una travesía energética, un impacto sobre los elementos vitales del cuerpo: el Bazo que se debilita con los químicos, el Riñón que entrega su Jing para resistir, el Hígado que estanca su Qi por la emoción contenida, el Shen que pierde su calma tras el sobresalto del diagnóstico.
“Si no se trata lo que ha sido dañado, lo que aún queda sano también caerá enfermo.”
(Fu Qing Zhu Nu Ke)
Este arte médico milenario nos recuerda que sanar no es únicamente erradicar el tumor. Sanar es reconstruir el paisaje interno tras la guerra. Es cuidar el centro, calmar el Shen, restaurar el Jing. Es devolverle al cuerpo su aliento, su humedad, su música.
No venimos a oponer tradiciones ni a rechazar avances. Venimos a tejer puentes. A decir que puede haber lugar para ambas miradas: la que corta, quema o bloquea para salvar la vida, y la que sostiene, nutre y acompaña para devolverle sentido a esa vida que sigue.
Que sepamos mirar más allá del protocolo. Que no olvidemos que cada mujer que atraviesa un cáncer necesita algo más que controles y estadísticas: necesita que le devuelvan su centro, su descanso, su voz.
Y que la medicina, la verdadera, no es la que cura más, sino la que más profundamente cuida.